Jueves, 3 de octubre de 2013
La actualidad dicta este post en mi blog. En Zaragoza y con Zaragoza, hoy más que nunca. No nací en esta ciudad, pero la elegí para vivir y para que en ella nacieran y crecieran mis hijos. Conozco sus virtudes y sus defectos, y por ello me siento orgullosa de ella. Y en Zaragoza llevo ya 28 años, más de la mitad de mi vida.
Hace días que quería compartir en este blog un texto que escribí para la exposición «Zaragoza, visión emocional de una ciudad» y que expresa mi sentimiento hacia ella. Se celebró entre los meses de abril y junio de 2011 en La Lonja y en el Museo Ibercaja Camón Aznar, organizada por el Ayuntamiento de Zaragoza y por la Obra Social de Ibercaja, con la colaboración del Colegio de Arquitectos de Aragón:
Zaragoza: una vida para descubrirla
En mi niñez, Zaragoza era la ciudad de los grandes descubrimientos, desde la estación de El Portillo a sus céntricos comercios, sin olvidar la obligada visita a la gran Basílica, grande de verdad, desde sus torres a sus cimientos.
En mi juventud, ya como periodista, los hallazgos continuaron y, a golpe de reportajes y entrevistas, descubrí la Zaragoza romana, el impresionante Palacio de la Aljafería, los tesoros de La Seo, sus museos, teatros, a sus creadores y artistas…
Hoy, en mi madurez, con sus avances y sus errores, con el AVE y su incipiente y moderno tranvía, con el recinto de la Expo -ahora deshabitado, pero en el que me gusta perderme para recrearme en su arquitectura-, Zaragoza aún me sigue sorprendiendo y fascinando. No en vano, la elegí para vivir y para que en ella crecieran mis hijos.
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