En el Día Mundial de la marioneta.

A finales de los años 70, hace más de cuatro décadas, en una España en blanco y negro, surgieron una serie de compañías que hicieron del teatro de títeres un arte. Esos titiriteros ya no eran unos “asalta gallinas” ni gente del “mal vivir”, sino estudiantes universitarios o recién licenciados que querían cambiar el mundo y comunicar sus ideas a través de unos muñecos que podían decir y hacer lo que a los humanos les estaba prohibido, y que con una cachiporra podían abrir las cabezas de los malvados para que les entrasen las ideas, las nuevas ideas.

Esos titiriteros ya no iban por los caminos en carromatos con la cabra y la pandereta, aunque sus furgonetas fueran de segunda mano y aún tuvieran que oír cosas como: “hijo mío, ¿eres titiritero?, tranquilo, peor sería robar bancos”.

Una de esas compañías es TEATRO ARBOLÉ (Zaragoza, 1979) con la que llevo trabajando veinte años. En estas líneas quiero rendirle mi particular homenaje a esta compañía que ha llevado sus títeres a las plazas, los parques y las escuelas, primero con una función pedagógica y social que fue trascendiendo hasta convertirse en Arte con mayúsculas, hasta el punto de que esos títeres entraron en los salones y en los teatros e incluso se construyeron algunos de propio para ellos como el Teatro Arbolé del Parque del Agua “Luis Buñuel” de Zaragoza.

Teatro Arbolé ha crecido al mismo tiempo que lo hacía la democracia en España. Sus títeres ayudaron a vestir a España de colores, al tiempo que construían y dignificaban un oficio –el de titiritero-. Cuatro décadas de resistencia, en las que no solo han sobrevivido sino que han creado puestos de trabajo y le han plantado cara a numerosas crisis. La última de ellas -en la que aún estamos- es muy dura. Una pandemia. Y ahí de nuevo, los títeres han dado la talla. Han salido a los escenarios, a sus teatrillos ambulantes y a las calles para demostrarnos que ellos, y el teatro en general, también curan, al menos nuestros corazones heridos y desanimados, llenándolos de ilusión y fantasía.

Yo les quiero decir a esos maravillosos titiriteros, que han prestado sus manos y su corazón a sus marionetas y muñecos: gracias por acompañarnos en la vida y hacerla más llevadera, por permitirnos conservar la mirada de niños, por haber hecho posible que nuestros hijos crecieran entre títeres, poemas, cuentos y “gentes del buen vivir”; por tener un refugio al que acudir cada fin de semana y dar rienda suelta a la ilusión y a la imaginación, para reencontrarnos con esas historias inmortales.

Gracias Teatro Arbolé por tantos y tantos sueños.