Domingo, 2 de junio de 2013
El mes de junio es siempre para mí el mes de la Feria del Libro. Aprovecho estas fechas para ponerme al día de las novedades editoriales, hacer acopio de lectura para el verano y encontrar algún libro especial para regalar, como un precioso cuento que compré hace años cuya protagonista se llamaba Lucía, como mi sobrina, y tenía que aprender a dormir sola; o ese hermoso libro de poemas para niños que le regalé a mi hija. Le gustó tanto que se aprendió algunos poemas y un buen día, en una reunión familiar, ante el asombro de todos, recitó de memoria un poema de Machado que no se me olvidará en la vida: “Pegasos, lindos pegasos…”
Me encanta pasear por la Feria del Libro, un recorrido que despierta mi sensibilidad, que alimenta mi mente y hace latir con fuerza a mi corazón; pero que también me hace sentir muy pequeña, que me devuelve a la infancia con todo lo que me queda por leer y aprender. Me quedo pegada a las casetas, toco los libros, los huelo, los desordeno sin querer, y me llevaría casi todos a casa, pero este año, como les sucede a la mayoría de las familias, el presupuesto es más reducido.
Visito las casetas una a una. Me fijo en los carteles que anuncian los autores que están presentes (hoy firma ejemplares…), a algunos los conozco; a otros, no. Los observo en silencio, y los admiro por su creatividad y generosidad, porque al escribir comparten su tiempo, sus conocimientos, sus ilusiones, sus sueños, una parte importante de su vida. Me paro en la caseta de la editorial Olifante y me reclaman los versos de Ángel Guinda, mi poeta contemporáneo favorito. Tras su extraordinaria “Caja de lava”, llega ahora “Rigor vitae”, versos que reivindican una nueva existencia, esa que surge de la crueldad de la vida. Y recuerdo la última vez que lo vi, igualmente comprometido, crítico y honesto. Poesía pura, autobiográfica, existencial; versos que intentan ayudar al hombre a aprender a vivir, a vivirse y, también, a aprender a morir.
Paso por la caseta de Fnac y veo al escritor y periodista Sergio del Molino, que está firmando ejemplares de su libro “La hora violeta”, y sonrío. “Ya lo he leído y lo he reseñado en mi blog”, me digo satisfecha (acceder al artículo pinchando aquí). Es un libro muy rico, desde el punto de vista emocional y literario, que impresionará a los lectores, pero también los maravillará. En la Librería París reconozco el azul de “El sueño de las Antillas”, de Carmen Santos y, de nuevo, me digo feliz: “esa novela también la he leído y me ha encantado. A ver si este mes sin falta escribo un artículo sobre ella, pues he disfrutado desde su primera a su última página, y tiene 741”. Y lo mismo me sucede con “El niño, el viento y el miedo” de Antón Castro”.
Cruzo de acera y me encamino hacia el stand de la Librería Central. En una estantería, a la altura de mis ojos veo el último libro publicado por Rosa Montero, “La ridícula idea de no volver a verte”, y lo compro. He leído con deleite casi todas sus obras. Una de las últimas, “Instrucciones para salvar el mundo”, me impresionó tanto que la he dejado y la he regalado muchas veces. Algo parecido me ocurrió con “Juntos, nada más”, de Anna Gavalda. Me la dejó un verano mi amiga Teresa, y me emocionó tanto que un buen día fui a una librería y la compré por triplicado: una para mí, otra para Romero y otra para Pilar.
Saludo a mi querido amigo Javier Lahoz, “ángel custodio” de los libros, y me fijo en las ediciones en bolsillo de novelas que he leído recientemente y que tanto me han gustado como “El jardín olvidado” de Kate Morton, “Dime quién soy” de Julia Navarro, “El día de mañana” de Ignacio Martínez de Pisón… Qué buen invento las ediciones de bolsillo”, lo malo es que nunca tengo paciencia para esperarlas. También me encuentro con el escritor Ramón Acín y pienso que tengo que leer su nuevo libro de relatos, “Abrir la puerta”, donde condensa toda su experiencia literaria para ofrecernos su visión personal del mundo.
Me marcho de la Feria. El sábado que viene volveré de nuevo con mi hija para que escoja sus libros y los de sus primas, y entonces espero comprar alguna novela más, especialmente la última de Magdalena Lasala, “La casa de los dioses de alabastro”; y de Cristina Grande, “Naturaleza infiel”. Y también me llevaría sin dudar las últimas obras de Miguel Mena, Manuel Vilas, Javier Sierra, Begoña Oro, Félix Teira, Lorenzo Mediano… pero tiempo al tiempo, que ya caerán.