Imagen de la película “Shirley: visiones de una realidad”, de Gustav Deutsch, en la que recrea el cuadro “Sol en una habitación vacía” (1963) de Edward Hopper.
No había salido de casa en 27 días, ni a comprar, ni a la farmacia ni a echar la basura. Su marido no la dejaba salir, prefería ir él, porque decía que ella se entretenía demasiado y lo tocaba todo, y, además, no se fiaba de que se pusiera bien los guantes y guardase la distancia de seguridad.
Pronto se iba a cumplir un mes de confinamiento y no había visto a ningún otro ser humano que no fuera su marido. ¿Los que salían en los programas de televisión, series y películas contaban?
Eso de vivir en una urbanización a las afueras de la ciudad, en una casa rodeada de jardín, tenía sus ventajas y sus inconvenientes. Con los frondosos árboles y setos, no veía a ninguno de sus vecinos por más que se asomara. Además, para los más cercanos era su segunda residencia, con lo cual no se habían acercado en semanas.
Caminaba todos los días por su jardín, desde la entrada de casa hasta la valla de la puerta de salida, una y otra vez, una vuelta tras otra. No era lo mismo. Echaba de menos sus vueltas diarias por la urbanización.
A las 8 de la tarde tan solo se oían aplausos a lo lejos y, a continuación, la canción de “Resistiré”, que ella se empeñaba en gritar más que cantar para que sus vecinos la oyeran y supieran que no estaban solos, que en esa urbanización había vida, aunque no lo pareciera.
Entonces pensó que no era tan malo vivir en un pequeño piso con balcón o ventanas por las que asomarse y ver a otros vecinos, hablar con ellos, reír y llorar con ellos, felicitarles sus cumpleaños, verlos bajar la basura o pasear al perro, y leer sus carteles.
En el 28º día de su encierro, tras sus idas y vueltas matutinas, se atrevió a abrir la puerta de la calle. Las mismas aceras, las mismas casas cercanas, las zonas comunes con más hierba de la habitual. Todo estaba prácticamente igual, pero le pareció tan distinto… ¿El día estaba gris o la vida se había vuelto en blanco y negro?
No le pareció que cruzaba por la puerta de su casa, sino que traspasaba ilegalmente una frontera y que al otro lado estaba el enemigo, el maldito virus. No había dado más de cuatro o cinco pasos cuando vio a una persona a lo lejos, que caminaba sin rumbo, desde luego mucho más relajada que ella. No le dio tiempo a verle la cara. Se abalanzó hacia la puerta, se metió dentro y la cerró corriendo.
Entró en casa, lloró y se derrumbó. Por primera vez en 28 días se vino abajo. ¿Cómo será salir de aquí cuando levanten el confinamiento?, se preguntó. Tendremos que volver a la vida que hay ahí fuera, y ya no será la misma. Será como reinsertarse en la sociedad tras un tiempo en la cárcel. Las personas tendrán que aprender, primero, a confiar los unos en los otros, con mascarillas o sin ellas; después, a mirarse a los ojos; y, lo más difícil, a besar con la mirada hasta que podamos abrazarnos sin miedo, paulatinamente, muy poco a poco.
…que el alma, que hablar puede con los ojos,
también puede besar con la mirada.
Gustavo Adolfo Bécquer