Con el verano, llegó la nueva normalidad y se levantó el Estado de Alarma. El virus seguía estando ahí, pero a menor escala y virulencia. Y, aunque había que ir con mascarilla y respetar la distancia social, habían terminado los confinamientos y le pareció que la vida tenía otro color. Al menos, el miedo había desaparecido y había lugar para la esperanza y para la ilusión, eso sí con mucha precaución.

Echó la vista atrás, recordó lo que habían sido estos tres meses, y se sintió feliz por haber sobrevivido, no solo física sino emocionalmente. Su familia había mantenido su alma cuerda y la literatura, su mente.

Gracias a la escritura había podido verter todas sus preocupaciones, miedos y anhelos en unos relatos que, aun siendo unas narraciones íntimas, había escrito en tercera persona para  trascender de lo personal a lo universal, para comunicarse con las personas que habían sentido lo mismo que ella. Era su forma de decirles: “No estáis solas”. Era su aportación solidaria en esta maldita pandemia: sus palabras, porque lo único que ella sabía hacer era escribir.

Los “Relatos para aliviar o compartir tiempos difíciles” llegaban a su fin. “Hay dos globos en su salón”, “Sus preciosas cortinas de colores”, “Aprenderemos a besar con la mirada”, “Al otro lado de la valla”, “Cien pasos en el jardín”, “Un tinte de pelo para las mechas confinat”, “El pintalabios rojo que le supo a libertad”, “El aniversario”, “La videollamada”, “El primer paseo”, “Un pequeño milagro cada día”, “La soledad del centro comercial”, “Sus hijos”, “Un día menos para amarse”, “Vacaciones forzosas” y “Palabras para aliviar y compartir” la habían mantenido viva. Los contó, Eran dieciséis relatos —ese número siempre le había dado suerte— los que había escrito durante esta cuarentena —que se había alargado cien días— y había compartido y publicado en su blog. Eran el diario literario de un confinamiento.

Miró la silla del salón. Ahí seguían sus globos amarrados, famélicos, sin aire apenas. Los había mantenido junto a ella porque eran testigos de un día muy feliz antes del confinamiento. Durante el encierro, le habían dado fuerza. «Si vosotros resistís, yo también».

Los soltó. El Estado de Alarma había llegado a su fin y volvían a ella los proyectos interrumpidos. Le esperaban otros relatos, «Historias de tres mujeres con sombrero rojo». La literatura volvía a rescatarla.

“Había dos globos en su salón”…