Durante el confinamiento se había acostumbrado a comprar en la tienda de alimentación del barrio, pero a esta se le habían terminado las fresas y, además, quería comprar velas para celebrar el cumpleaños de su hijo, así que cogió el coche y se fue al hipermercado de un célebre centro comercial.

Salió después de comer para que no hubiera mucha gente y no tener que hacer las obligatorias colas. Al tomar la rotonda cercana, ya percibió la desolación y la soledad del centro. Apenas había coches y la zona de ocio, siempre llena de gente y de vida antes de la pandemia, estaba vacía y silenciosa. No se podía acceder a ella.

Solo estaba abierta la parte de alimentación del hipermercado de unos grandes almacenes. Unos precintos, tipo CSI, con el logotipo del centro, marcaban el camino que había que seguir hasta llegar a la zona permitida. A la derecha, unos bolsos de alta gama reclamaban mejor suerte. Casi podía tocarlos, pero estaba prohibido acercarse a ellos. A la izquierda del camino marcado, las vitrinas de bisutería de marca, también aguardaban su fase del desconfinamiento.

Había poca gente en la zona de alimentación. Se fijó en los empleados, todos con mascarilla y enfundados en sus guantes. Tampoco ella se entretuvo demasiado. Compró las tres cosas que necesitaba y se dirigió a pagar a una de las cajas. En el camino, pasó por la zona de perfumería. “Sobre todo no toques nada —le había dicho su marido—, no te pruebes ninguna crema o colonia”. Se detuvo un instante frente a una de sus marcas favoritas, con sus coloridas barras de labios y esmaltes de uñas. Llevaba más de dos meses sin comprar un cosmético, tampoco lo había necesitado. No se había maquillado en todo este tiempo. Se miró en un espejo, se ajustó una de las gomas de la mascarilla, y pasó de largo.

Foto de archivo, realizada en marzo de 2019.