¡Hola! Continúa en el blog mi serie:  Relatos para aliviar tiempos difíciles. Hoy, «El aniversario». Espero que os guste. Besos y cuidaos mucho. Ya queda menos.

El pasado sábado era la fecha de celebración del aniversario. Se cumplían cuarenta años desde que salieron del colegio a los 18 años tras hacer COU. Tenían que haber pasado la tarde-noche juntos un centenar de cincuentañeros que habían compartido su adolescencia, desde los 14 años, y que, salvo algunas amistades que continuaron en el tiempo (no llegaba a la media docena en su caso), hoy eran prácticamente unos extraños.

Habían creado un grupo de whatsapp en enero y hasta abril se lo habían contado todo o casi todo. Fotos pasadas y actuales, de ellos, de sus parejas, de sus hijos y nietos; imágenes de mascotas y hasta de flores del jardín. Habían compartido música, mucha música, especialmente de los años 70 y 80, hasta habían creado una lista en Spotify de estas décadas, y también habían compartido pensamientos, lecturas y hasta secretos de juventud. 

Ese grupo le deparó numerosas sorpresas. Conocía a muchas de las chicas desde los 6 años, desde primaria, y le gustó leer cómo habían evolucionado, antaño tan tímidas y hoy tan resueltas y participativas. El chico que tanto le había gustado durante un curso era uno de los más activos. Seguía siendo encantador, pero su forma de ver la vida era muy diferente a la suya. “No hubiera funcionado”, pensó. Bueno, lo cierto es que nunca llegó a decirle que le gustaba, entonces las chicas no hacían esas cosas, al menos ella. Tampoco dio tiempo, porque al curso siguiente se cruzó en su vida su gran amor, con el que llevaba casada 34 años. Y lo que más le gustó, sus grandes amigas de la infancia, continuaban cómplices con ella al otro lado del teléfono y de la vida.

Hubo alguna decepción, sí, algún mensaje no compartido o no contestado, alguna baja en el grupo que ella apreciaba, algún protagonismo excesivo, pero lo que era incuestionable es que esos mensajes habían servido de compañía y desahogo a muchas personas durante meses, especialmente cuando llegó el maldito virus y la vida comenzó a ponerse muy seria y oscura. El Covid-19 también se había colado en el grupo. Enfermaron padres, hermanos e hijos. Entonces se dio cuenta de la soledad que reflejaban algunos compañeros y le dio gracias a la vida por sus tres hijos, por los que tanto había sacrificado en el terreno profesional, pero que tan feliz le habían hecho en el personal.

El grupo de whatsapp había servido para que un centenar de personas, que en muchos casos hacía décadas que no se veían, pasaran juntos el confinamiento, compartiendo todos sus miedos, preocupaciones, sus vidas interrumpidas, pero también sus alegrías y proyectos. Era como una ventana abierta a otro mundo, al de su pasado, en el que era posible volver a ser adolescentes, y por la que se asomaba una gran generación de hombres y mujeres que ahora estaban viviendo una pesadilla. El grupo era su refugio. En él parecía que estaban a salvo.

El Estado de Alarma había obligado a suspender la cita en el mundo real. Ella se hubiera desplazado a su ciudad natal, vestida con el traje de pantalón de flores, que tanto le gustaba, y sus sandalias de tacón. Se hubiera peinado y maquillado con esmero y, nerviosa, pero con la mejor de sus sonrisas, se hubiera reencontrado con un centenar de hombres y mujeres que, cercanos a los sesenta años, para ella seguían siendo unos muchachos. De hecho, cuando leía sus nombres en el grupo, no los imaginaba en el momento actual, sino que los veía con sus rostros del pasado. Chicos y chicas llenos de sueños, que jamás hubieran imaginado que cuarenta años después, una pandemia iba a remover los cimientos de sus vidas.