Martes, 26 de mayo de 2015

Ha fallecido Vicente Aranda, gran cineasta y hombre apasionado, director de grandes películas como «Amantes», «Libertarias» (rodada en Aragón) o «Juana la loca»; también de los dos filmes sobre «El Lute» o «La pasión turca». Ha muerto el director y guionista que amaba la literatura y la hacía cine (la mayoría de sus películas son adaptaciones de célebres novelas). 

Me gusta el cine de Vicente Aranda, me encantan sus películas, llenas de pasión, de mujeres apasionadas, ya sea por un amor o por una causa; de grandes actrices a las que dirigió como nadie, y en las que volcó su admiración y su fascinación por la mujer, desde su adorada Victoria Abril, a Ana Belén, o Pilar López de Ayala. Me fascina su mirada libre, apasionada y un tanto transgresora. La búsqueda del amor de sus personajes, su afán por sobrevivir, «porque no importa ni quiénes somos ni de dónde venimos, sólo seguir adelante en la vida».

Entrevisté en diversas ocasiones a Vicente Aranda y su nombre está en la lista de mis entrevistados preferidos. Me gustó conocer al hombre que estaba detrás del personaje, del gran cineasta. La primera vez que hablé con él (noviembre de 1991) saboreaba, sin ninguna vanidad, las mieles del éxito de «Amantes» y preparaba el rodaje de «El amante bilingüe».

Aunque nació en Barceloina, se sentía mitad aragonés, pues su padre era zaragozano y su madre oscense. Afirmaba que había nacido en una «sucursal de Aragón», en un popular barrio de inmigarantes de la ciudad Condal. Su niñez estuvo marcada por la guerrra y su adolescencia por las cartillas de racionamiento y la miseria de una posguerra que reiteradamente ha reflejado en su filmografía.Se hallaba en Zaragoza para participar en un curso de posgrado sobre vídeo y TV de la Universidad de Zaragoza, que dirigía Javier Paricio.

Sin embargo, pese a la sordidez y la violencia de algunos de sus filmes, Vicente Aranda me pareció un hombre tranquilo, que respiraba la serenidad de quien en la madurez había engendrado una vida. Llegó a la entrevista junto a su compañera y un coche de niños con un hermoso bebé de apenas un mes. Unas jóvenes manos lo acunaban mientras Vicente Aranda contestaba mis preguntas. «Ser padre a los sesenta años es una de las cosas más grandes que me ha pasado en la vida», me confesaba. Estaba en Zaragoza para participar en un curso de posgrado sobre vídeo y TV de la Universidad de Zaragoza, que dirigía Javier Paricio.

Hablamos de su filmografía, del cine comercial y del otro, de las películas con personalidad, de su afán por hacer cine de autor. «Conseguir que las películas funcionen en taquilla haciendo lo que realmente te apetece es una proeza a la que se llega a lo largo de toda una vida. Los gustos de uno van cediendo para acomodarse a los del público, pero te conviertes en un tramposo porque en cada filme introduces pequeños detalles que no dejan de ser cine de autor», aseguraba. Por ello, en  su cine más que de películas geniales había que hablar de secuencias brillantes.

Y hablamos de pasión, la pasión según  Vicente Aranda, la pasión como motor de su vida, la pasión por una sala oscura y decenas de miradas viendo la misma imagen, la pasión por contar historias y por conmover. También su pasión por Victoria Abril, que acababa de estrenar «Tacones lejanos» de Pedro Almodóvar. Y se puso muy serio para opinar que el director manchego no había sabido captar toda la esencia de su actriz. «No -confesaba- no estoy celoso. Me encanta que mis actores brillen con otros directores. Es más, tengo tendencia a creer que l,o hace mejor con otros. En Átame, por ejemplo, está maravillosa». 

A Vicente Aranda le gustaba ocultarse en lo que hacía, en sus películas. No le gustaban nada las ceremonias n la servidumbre de la publicidad. Por ello, confesaba que se llevó una alegría cuando no escogieron a «Amantes» para representar a España en los Oscar, porque hubiera supuesto para él una contradicción. 

Llevábamos ya más de una hora de entrevista cuando su compañera nos interrumpió porque la pequeña no respiraba bien a causa de un resfriado. Luis, mi hijo, tenía entonces un año y me atreví a decirles: «tiene las naricitas tapadas. Cuando le sucede esto a mi hijo, le pongo unas gotas de suero fisiológico, y se le pasa rápidamente. Luego, con una pera le absorbo la mucosidad para que se quede tranquilo».

Me miraron con sorpresa y casi con admiración. Yo me sentí entonces como una primera actriz, como la protagonista de esta película, a veces trágica y a veces cómica, que es la vida. Se marcharon hacia la farmacia más cercana y mientras se despedía de mí, Vicente Aranda me tendió la mano y me dijo con una sonrisa: «Ha sido una conversación muy grata. Felicidades porque preguntas muy bien». Y a mí, que en la Facultad me habían enseñado que no es mejor periodista quien más sabe, sino quien mejor pregunta, pensé que quizá no me había equivocado del todo a elegir esta profesión. Vicente Aranda ha muerto, pero nos queda su pasión, la pasión vertida en 25 películas llenas de amor por el cine, por contar historias, con libertad y honestidad.