En homenaje a su memoria y a todo lo que ha aportado a mi vida, comparto el texto de presentación que escribí cuando publiqué mi primera novela «Julia, rayo de luna» (Huerga y Fierro, 1997), hoy agotada. En este texto hablo de mi devoción por él y abordo solo su faceta como poeta, pero la muerte prematura de Gustavo Adolfo Bécquer  (Sevilla 1836 – Madrid 1870), falleció a los 34 años, no le impidió escribir una gran obra (artículos periodísticos —entre ellos sus célebres «Cartas desde mi celda»—, leyendas, obras para teatro y zarzuela y, especialmente, sus universales rimas.

A lo largo de una vida, la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer tiene múltiples lecturas. Sus versos atraen en la adolescencia, invitan a ser poeta, para revelarse nuevamente en la juventud, cuando se estudia literatura en las facultades. Y entonces, los eruditos nos hablan de un Bécquer, padre de la poesía del siglo XX, de un escritor universal que abrió el camino a muchas otras biografías espirituales. Porque la poesía es la biografía del alma. Juan Ramón Jiménez afirmaba que no se puede comenzar nada en el verso sin empezar por Bécquer, porque abrió en España las puertas de la poesía de un nuevo siglo.

La palabra escrita es una gran herramienta. Mi profesión de periodista me ha enseñado que a través de ella se pueden transmitir emociones, sensaciones y vivencias con tal hondura, desnudez  y verdad como la voz nunca se atrevió a soñar. En Julia, rayo de luna yo quería utilizar esta poderosa herramienta y transmitir con ella mi amor por Bécquer y por su poesía, por todo aquello que me dio cuando aún era una niña y toda la compañía que me ha brindado en estos años; sin más pretensión que la de emocionar al lector, para que éste  vuelva a vivir estas mismas emociones al repasar sus poemas, para que sienta a través de estas páginas todo lo que yo he sentido al escribirlas. El libro es, en cierta medida, pues, un homenaje a Bécquer. A él le debo mis primeros poemas. A él le debo haber comenzado a escribir. Por ello, mi primera novela tenía que recoger de algún modo todo este impagable legado.

Pero hay muchas más cosas en esta novela, una novela escrita en el firme convencimiento de  que hay que desacralizar el libro, hacerlo más humano y legible, más cercano, en suma. Luis Alberto de Cuenca lo explicaba muy bien hace tan sólo unos días, cuando decía «Reivindico los libros como camino de acercamiento al placer. Detesto a los escritores que distinguen entre arte importante (el típico ladrillo) y poco importante. Para mí la literatura es algo comestible y nutritivo que se hace carne».  Como consecuencia, en mi libro no hay un lenguaje rebuscado, ni alardes  ni innovaciones; sino un lenguaje sencillo, directo, accesible a todo tipo de público y tocado con un halo de lirismo, con una prosa que se reconoce en la belleza de las palabras, más hermosas cuanto más sencillas y sinceras, como nos demostró el gran poeta.

Mi devoción por él, me llevó a querer profundizar  más sobre Bécquer en Julia, Rayo de Luna. Pero me di cuenta, repasando lo que de él ya se ha escrito, que casi todo se había dicho. Me intrigaba, no obstante, saber cómo había sido su primer gran amor, esa mujer, resumen de muchas otras mujeres, que había inspirado sus hermosos versos. Esa mujer que muchas en algún momento de nuestra vida hemos aspirado a ser. Pues bien, para mí Julia Espín, su gran amor, no fue una mujer romántica y trasnochada, una muchacha lánguida que suspira al paso del amor; sino una mujer compleja y controvertida, ángel y demonio, que no se entrega, que es egoísta porque lucha por su felicidad y por su vocación, al margen de convencionalismos; una mujer en la que se atisban algunas de las claves de la mujer contemporánea, reacia a la hora de someterse a un hombre; contraria a sacrificar sus sueños en aras de un posible amor. Quizá por ello el poeta la amó tanto, porque nunca la iba a poder poseer y le juró amor eterno a través de sus versos, poemas en los que trazó la cronología de este amor, desde la primera visión fugaz, al primer baile, el primer beso, pero también la desesperación y el adiós. Porque el amor, ¿qué es el amor?, a veces tan sólo un rayo de luna.

El célebre poeta Ángel Guinda tras leer mi novela decía que hay varias historias de amor en este libro. El amor que siente Bécquer por Julia Espín, tan ciego y huracanado; el  que siente  Josefina por Bécquer, imposible y callado; y el que la propia Julia se resiste a sentir por el poeta; tan racional y refrenado. Pero el  amor que se desvela como el más hermoso es el que siente Julia Espín por ella misma, por su vocación, por sus sueños, por su realización personal y profesional. Y hay tan poca gente que se ama, porque no se conoce, en el mundo.

Bécquer no es, a pesar de lo que aún piensan algunos críticos literarios, un escritor cursi, lastimero, siempre con sus sentimientos al descubierto. Comparto la opinión de Antonio Machado de que Bécquer es el ángel de la verdadera poesía, por su sinceridad, porque penetra en el alma humana. Porque hizo grande a la palabra más sencilla, la elevó a la categoría de verso. Su poesía llega al lector como confidencias, con un tono de relación íntima, con brevedad y claridad frente a la exuberancia romántica, porque él decía, y así nos lo reveló, que un poema cabe en un verso.

Tras él es como si los poetas pudieran seguir profundizando en las preocupaciones que rodean al hombre y dan sentido a su vida, con una poesía directa, sencilla, desnuda, libre de toda pompa y artificio. Y lo más grande, a mi juicio, es que Bécquer lleva la propia vida del poeta a la poesía. Su gran acierto, el que hace que su  poesía abriera las puertas de la poesía de un nuevo siglo, es el de haber llevado su intimidad, su vida, en carne viva, a los versos, de modo que el lector está leyendo hermosas palabras, pero también está viviendo el dolor y la tragedia de un hombre que quiere trascender más allá de la frontera de la vida, a otras vidas, a otras épocas, a otras almas.

Bécquer en una de sus Cartas Literarias a una mujer escribía: «Sólo a alguno seres les es dado el guardar, como un tesoro, la memoria viva de lo que han sentido. Yo creo que estos son los poetas. Es más, creo que únicamente por esto los son».

En mi vida, uno de mis tesoros ha sido siempre Gustavo Adolfo Bécquer. Y yo no sé si ésta es una buena o una mala novela. Sólo sé que habla de sentimientos, de cosas sentidas desde hace muchos años y para ello me he tenido que desdoblar en dos mujeres: en Julia y en Josefina Espín. Para mí esta novela es un tesoro, porque en sus páginas también hay parte de mi vida.