Domingo, 23 de junio de 2013
Regreso a Zaragoza tras pasar un día de celebración en familia, ajena a informativos e internet, y me encuentro con la triste noticia de la muerte de Javier Tomeo, uno de mis escritores de cabecera, uno de mis personajes preferidos, uno de mis primeros entrevistados en mi profesión de periodista, allá por los años ochenta. Siempre que me veía, le gustaba recordar que fui la primera persona que lo entrevistó en Aragón.
Desde entonces he entrevistado a Javier Tomeo en numerosas ocasiones, para El Día, para Diario 16, e incluso para una revista que coordiné para el Circuito de Artes Escénicas. Y en todas ellas me ha dado titulares espléndidos, extraordinarias respuestas que nacían de su vasto y rico mundo interior.
En mi archivo físico, con cajones y guías (no en el virtual), conservo algunas carpetas con los recortes de prensa de mis “culturetas” preferidos, hojas que ya han comenzado a amarillear y que me recuerdan tiempos muy felices de mi profesión. De vez en cuando hago limpieza y el archivo va adelgazando, porque me digo “para qué quiero esto como documentación si todo está en Internet”. La carpeta de Tomeo es y ha sido una de las carpetas que más he respetado. La miro, la abro y recupero varias entrevistas y artículos, unos como foto y otros como texto:
Y recupero para este blog, como homenaje al gran escritor y al amigo, este artículo que le dediqué en 1999 y que publiqué en la revista del Circuito de Artes Escénicas de Aragón, en la sección «Escribiendo a la contra»:
Javier Tomeo, mi amado monstruo – Texto escrito por Ana Rioja en Zaragoza, en 1999
Javier Tomeo apareció de nuevo en mi vida hace unos días, lo vi en televisión, en un informativo. Entre las escasas noticias de cultura que tienen el privilegio de salir por la pequeña pantalla, estaba la suya: su candidatura para el Premio Nobel de Literatura.
Estaba haciendo la cena de mis hijos -qué lejos quedaba ese momento del universo de la literatura- y me quedé pegada al televisor. Muchos recuerdos se agolparon entonces en mi mente, porque Javier Tomeo, mi amado monstruo, es el personaje, el escritor al que más he entrevistado como periodista. Se dio a conocer como novelista en su Aragón natal, cuando yo me abría paso como redactora. Y a una primera entrevista -que sólo tiene el valor de ser la primera, porque ahora al releerla me doy cuenta de que es mala, muy mala- le sucedieron otras, más sabias y mejores.
He reseñado todos y cada uno de sus libros -y han sido muchos- en mis páginas, y me he alegrado de todos y cada uno de sus éxitos -también han sido muchos- con mis palabras. Parece como si siempre hubiéramos escrito juntos. Cada uno en un lugar, en un medio, en un espacio, pero siempre con los corazones latiendo al mismo tiempo.
Cuando escuché su nombre se me vinieron encima tantos recuerdos que se me quemó la tortilla de patatas. Habían pasado más de quince años desde que a las redacciones de los periódicos aragoneses llegó una invitación para asistir en Barcelona a la presentación de la novela de un escritor oscense que muy pocos conocían en la tierra que lo vio nacer. «Sí, es un tal Javier Tomeo – leíamos en el saluda-, dicen que es de Huesca y que acaba de publicar «El cazador de leones” .
Presa de la curiosidad y del coraje que me había dado no conocer a un escritor de la tierra que publicaba en Anagrama, compré el libro y recorté todas las críticas que de él aparecieron en los diarios de tirada nacional. Esa novela me llevó a otras y quedé fascinada para siempre por un hombre que, como escritor, incide con humor en la sociedad actual para contarnos lo absurda que resulta a veces la existencia humana, con unos personajes condenados a la soledad y a la incomunicación, unas criaturas casi esperpénticas, pero que tanto se parecen a todos nosotros. Javier Tomeo hablaba de lo que yo siempre había querido hablar, escribir y leer, de la esencia más íntima del hombre, de la condición humana.
Retiré la sartén que comenzaba ya a echar humo y preparé unos bocadillos de jamón, mientras pensaba que ojalá mi suerte fuera paralela también ahora a la suya. Tomeo me había revelado que el éxito y el reconocimiento le llegó a los cincuenta años, pese a que escribía desde que tenía uso de razón. A los cincuenta y cinco había comenzado a sacar del cajón folios y más folios que en su juventud los editores, tan pendientes de la novela social y del realismo, le habían rechazado por considerar que el surrealismo no estaba de moda, mientras lo tildaban de kafkiano.
Desde 1987 y hasta la fecha, este abogado que no ejerce, especializado en criminología, ha publicado una docena más de libros y se ha revelado como uno de los narradores contemporáneos más fecundos, un monstruo, un Fénix de los ingenios, un escritor muy considerado por la crítica y traducido no sólo a todos los idiomas posibles, sino a otros lenguajes como el teatral o el cinematográfico.
Me estremecí cuando recordé que a Tomeo le gustaba evidenciar, siempre que me veía, que fui la primera persona que lo había entrevistado en Aragón. Yo, entonces, me sentía halagada, feliz de que este hombre culto y curioso me considerase su amiga. También me había confesado que escribía a golpe de intuiciones, que colocaba a sus personajes en situaciones límite, y los dejaba hablar -dialogar o monologar-, y que muchas veces éstos cobraban una vida tan propia que se le rebelaban. Siempre era hacia el folio cien, quizá porque estaban exhaustos de tanto desnudar su alma, de ahí que sus novelas siempre fueran breves.
Javier Tomeo volverá a ser la estrella de muchas páginas culturales y de más telediarios. Pero para mí, seguirá siendo ese amado «monstruo», el hombre que un día me dijo que escribir es un ejercicio de resistencia, que hay que insistir: escribir con esfuerzo, dedicación y constancia, siempre inasequible al desaliento.
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