Lunes, 8 de agosto de 2016

¡Hola! Ayer falleció Gustavo Bueno, considerado el filósofo español más importante de las últimas décadas, el hombre de polémicas opiniones, el pensador que lo cuestionaba todo… todo, menos el amor; falleció tan solo dos días después de que muriera su esposa.

Lo conocí y entrevisté en los años 90. Me había hablado de él Pedro Laín Entralgo, y meses después o años después, lo vi en televisión protagonizando numerosas tertulias y entrevistas. Era Gustavo Bueno, un filósofo atípico en este país, un maestro que jugaba a no serlo, inusual en las formas y brillante y polémico en su pensamiento.

Su apariencia sencilla y cordial sólo era una fachada que escondía dentro unos cimientos profundos, la complejidad de un pensamiento, de su materialismo filosófico, que lo cuestionaba todo, que hacía tambalear los referentes, que evidencia lo equivocadamente que utilizamos el lenguaje, que sentencia que hemos vivido un siglo XX y los primeros años del XXI que ha estado plagado de unos mitos que ahora se nos desmoronan, que se tambalean como débiles hojas a merced del viento.

Este filósofo era un huracán, un torbellino que removía y reordenaba las ideas, un teórico que aseguraba que «la función de la filosofía del presente más que responder a preguntas, sirve para destruir falsas respuestas. Por ello tiene un valor de catarsis, de purga». Ese estudio y análisis de los temas y las cosas le llevaba, desde el punto de vista práctico y social, a destruir conceptos como Cultura, Libertad, Conciencia, Democracia, Estado de Derecho, Dios, Alma, y con los cuales la gente hace su propio mapa del mundo.

Gustavo Bueno2
Lo entrevisté en un viaje que hizo a Zaragoza en los años 90, para pronunciar una conferencia sobre «La scala naturae y la lógica de la evolución», en el angosto despacho de un profesor de la Facultad de Geológicas. Había leído algunos de sus textos, pero no lo conocía físicamente, y me impresionó hondamente su aspecto. Con su traje de rayas gris sobre una camisa que no llevaba corbata, pero que estaba abotonada hasta el cuello, con su pelo blanco y algo rebelde, me recordó a Paco Martínez Soria. Me engañaron las apariencias. No sé si será consecuencia o no de su materialismo filosófico, lo único cierto de aquella larga y para mí angustiosa entrevista, dado que me costaba seguir sus afirmaciones y sus teorías, fue que Gustavo Bueno me revelaba que la filosofía era una ciencia a veces exacta y fría.

Junto a él su esposa, fallecida tan solo dos días antes que él, con la que compartió más de 60 años de su vida, lo único que parece que nunca cuestionó, su amor por ella. Pero, entonces, cuando le pregunté si el amor era lo único que podía salvar al hombre, despojó de esta palabra todo lo que tiene de sentimiento, para referirse a ella casi en términos matemáticos, como si fuera una ecuación.

«El amor -opinaba- no sé si es lo único que puede salvar al hombre, pero sí es evidente que tiende a juntar a dos seres, a aproximarlos. Es algo muy complejo, porque no es tan fácil que dos personas se unan, pero sí aproxima, conserva. Todo ello frente al odio, que separa y destruye al otro». El amor aproxima, une y hace que la vida sea menos dura, menos solitaria, que tenga un sentido espiritual frente a lo material –apostillo yo. Y él así lo vivió en la práctica aunque le costase verbalizar y teorizar sobre los sentimientos.

Gustavo Bueno3Sólo el humor y la fina ironía, que este filósofo utilizaba en sus ejemplos para explicar sus teorías materialistas, lo hacían más amable y cercano. No obstante, sus palabras arremetían contra todos y contra todo. «Las condiciones en España para la filosofía son nulas -aseguraba-, porque la gente lo sabe todo. Hemos llegado a un estado tal de sabiduría que para qué formar filósofos. Además, tenemos la Constitución, que es filosofía, eso sí barata y ecléctica. Los padres de la patria escribieron en ella qué es libertad, y qué es tolerancia, e incluso que todos los españoles debemos tener acceso a la cultura».

“¿A qué cultura? Es cierto que, por ejemplo, en las páginas culturales de los periódicos hay cada vez menos espacio para la filosofía. Es curioso ver cómo en los años cincuenta, en pleno franquismo, se publicaban muchas más cosas de filosofía que ahora, e incluso en el bachillerato se cursaban tres años de filosofía cuando ahora la quieren suprimir. De acuerdo, que lo que entonces se entendía por filosofía era dogsografía, es decir hablar de filosofía como exposición de opiniones, que en el caso de España tenían que ser de extranjeros. Dicho esto, es imposible entender la filosofía como una disciplina cerrada, porque está siempre en función del mundo presente”.

“La filosofía es un saber de segundo grado, que presupone otros saberes. En este sentido, nosotros -los materialistas- suponemos que las ciencias positivas no proceden de la filosofía, frente a los que piensan que la filosofía es la madre de todas las ciencias y que hay que jubilarla por los servicios prestados. Pero la filosofía no se agota en la tradición, porque está siempre en función del estado del mundo.

Respecto a la religión, opinaba: “En España hay un incremento notable de asistencia a rituales religiosos y la gente cree más en el demonio que en otras épocas, de hecho este Papa (por Juan Pablo II) ha creado escuelas especiales para exorcistas. No obstante, el auge de las religiones tiene mucho que ver con la demografía. En Europa nos estamos suicidando, la gente no tiene hijos y por ello cada vez hay menos cristianos. La religión terciaria, o también llamada Superior, borra los dioses secundarios por uno todopoderoso, invisible, con el que no se puede hablar y al que es difícil de comprender, y es por ello cuando asistimos a la antesala del ateísmo.

La última pregunta fue menos teórica y más personal, más concreta, e hizo referencia a los valores del hombre que más aprecia este filósofo atípico y sonriente -creo que se reía de mi afán por apuntarlo todo, de mi esfuerzo para que ninguna de sus palabras quedara en el aire.

-La generosidad. Esta es la virtud fundamental y, mientras haya alguien a quien puedas ayudar, merece la pena vivir.

-Y ¿lo que más le indigna? -pregunté.

-Sin duda, la injusticia.

Foto de Gustavo Bueno: La Nueva España
Más información sobre Gustavo Bueno: http://www.fgbueno.es/